jueves, 10 de enero de 2013

Uno más (Mauro García-Oliva)

Como no puede ser de otra manera la luz es intensa y roja. Los últimos átomos de hidrógeno se han fusionado millones de años atrás y su especie, en este sistema solar, es ya una especie extinta. El aspecto de la estrella es pesado y torpe y los procesos tripe alfa que apenas la mantienen erguida suponen una agotadora y pesada digestión dentro de este gigantesco animal. Sigo los protocolos y desciendo sobre la superficie del planeta. Uno más. Ajustar la configuración del traje para soportar las condiciones externas antes de salir forma parte de la rutina. Hace mucho tiempo que todo este proceso dejó de emocionarme. Tras una vida visitando planetas yermos como este, me he convertido en otro de ellos. Uno más. Una roca abandonada y solitaria en medio del vacío. Una roca a punto de ser devorada. Me obligo a no pensar en ello y trato de centrarme en la misión.

Desciendo y camino por la superficie baldía. Afuera, rodeado de ocre, puedo sentir la proximidad de los límites de la gigante roja, acercándose lentamente. Implacables. Me detengo unos segundos a observar sus fauces abiertas y por un instante me pregunto cómo será el final. Como será sentirse caer hacia el núcleo de esa mole incandescente. Sencillamente, caer.

Durante varios días recorro lo que queda del planeta. La elección siempre es difícil. Sea lo que sea debe caber en su vitrina, un cubo de 1 metro de lado, junto a las otras. Sin excepción. Así ha sido en cada planeta que he visitado. El trabajo de síntesis que requiere la misión es más propio de un poeta que de un científico. Toda una historia planetaria en apenas un fragmento. Uno más.

En ocasiones me permito caer en la tentación de pensar cómo habrá sido todo ¿Esto me hace ser menos objetivo? Ni siquiera sé si debo serlo. Pero el peligro real de pararse a darle vueltas a todas estas cosas es que el vértigo te paralice. Que el transcurso de los acontecimientos, desde el origen hasta el fin, te sobrevenga en una fracción de segundo como un tsunami anegándolo todo en tu cerebro. Mal asunto.

Finalmente tomo la decisión en uno de los afloramientos que encuentro al sexto día local. Con el mayor cuidado del que soy capaz extraigo la muestra. El trabajo me lleva varias horas y aunque quizá podría haber seleccionado una pieza menos complicada, siento que hago lo correcto. Que precisamente esta es la adecuada.

En la nave, la vitrina se cierra al vacío con un seco bufido. Durante unos momentos contemplo las ondulaciones simétricas en esas arenas detenidas. Sobre ellas, perfilada con trazos finos y delicados, la icnita serpentea fosilizada para siempre. Mis dedos la pintan en el aire tratando de alcanzar, en vano, su significado último. Cuando me dirijo hacia la cabina, la dejo allí, aún flotando unos instantes tras de mí… La huella de una vida que se dibuja así:

Mar



Otro de los relatos que quedó empatado en el segundo lugar del Segundo Certamen Literario Koprolitos. Mauro es el único que ha repetido en el certamen, ya que el año pasado presentó el relato "Coprolitos". Por cierto, ¿le habéis echado ya un ojo a su twitter?

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